martes, 14 de abril de 2009

Hay un día feliz

A recorrer me dediqué esta tarde las solitarias calles de mi aldea acompañado por el buen crepúsculo que es el único amigo que me queda.

Todo está como entonces, el otoño y su difusa lámpara de niebla, sólo que el tiempo lo ha invadido todo con su pálido manto de tristeza.

Nunca pensé, creédmelo, un instante volver a ver esta querida tierra, pero ahora que he vuelto no comprendo cómo pude alejarme de su puerta.

Nada ha cambiado, ni sus casas blancas ni sus viejos portones de madera.

Todo está en su lugar; las golondrinas en la torre más alta de la iglesia; el caracol en el jardín; y el musgo en las húmedas manos de las piedras.

No se puede dudar, este es el reino del cielo azul y de las hojas secas en donde todo y cada cosa tiene su singular y plácida leyenda: hasta en la propia sombra reconozco la mirada celeste de mi abuela.

Estos fueron los hechos memorables que presenció mi juventud primera, el correo en la esquina de la plaza y la humedad en las murallas viejas.

¡Buena cosa, Dios mío!, nunca sabe uno apreciar la dicha verdadera, cuando la imaginamos más lejanaes justamente cuando está más cerca.

Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice que la vida no es más que una quimera; una ilusión, un sueño sin orillas, una pequeña nube pasajera.

Vamos por partes, no sé bien qué digo, la emoción se me sube a la cabeza.

Como ya era la hora del silencio cuando emprendí mi singular empresa una tras otra, en oleaje mudo, al establo volvían las ovejas.

Las saludé personalmente a todas y cuando estuve frente a la arboleda que alimenta el oído del viajero con su inefable música secreta recordé el mar y enumeré las hojas en homenaje a mis hermanas muertas.

Perfectamente bien.

Seguí mi viaje como quien de la vida nada espera.

Pasé frente a la rueda del molino, me detuve delante de una tienda: el olor del café siempre es el mismo, siempre la misma luna en mi cabeza; entre el río de entonces y el de ahora no distingo ninguna diferencia.

Lo reconozco bien, éste es el árbol que mi padre plantó frente a la puerta (ilustre padre que en sus buenos tiempos fuera mejor que una ventana abierta).

Yo me atrevo a afirmar que su conducta era un trasunto fiel de la Edad Media cuando el perro dormía dulcemente bajo el ángulo recto de una estrella.

A estas alturas siento que me envuelve el delicado olor de las violetas que mi amorosa madre cultivabapara curar la tos y la tristeza.

Cuánto tiempo ha pasado desde entonces no podría decirlo con certeza; todo está igual, seguramente, el vino y el ruiseñor encima de la mesa, mis hermanos menores a esta hora deben venir de vuelta de la escuela: ¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo como una blanca tempestad de arena

Nicanor Parra

3 comentarios:

  1. Gracias, es realmente triste, alegre, reflexivo, dionisiaco... es maravilloso!. Me ha encantado.

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  2. Por cierto, Nicanor Parra es el escritor Chileno ¿verdad?, si me haces el favor, dime el título del libro de donde sacaste este fragmento.Gracias de antemano.

    Por aquí por España, este escritor no es muy conocido, pero me han encantado estos fragmentos.

    Un saludo, y te invito a escribir en mi blog cuando quieras

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